De miel y humo en el tapiz desgarra.
María Esther Ortiz
Desde que Wang-Fo Yourcenar, adorable impostor, subió a la barca, dijo partamos y se alejó pintura adentro, en el mundo han permanecido las manchas confusas, las duras piedras y la nieve derretida.Pero contrariamente a todas las leyes, hay instantes en los que Wang-Fo Yourenar se acerca al límite de las obras de arte, alarga las manos y ofrece. Al espectador le ofrece un extraño y poco usual equilibrio entre la visualidad de la obra y su emanación poética, una insinuación apenas, que en el aso de los tapices de Mayra Alpízar (Matanzas, 1956), más que todo es reflexión e intimidad. Intimidada en el Árbol de la vida donde una mujer desnuda, en puntas de pie sobre un creyón de labios, hace equilibrio; detrás un fondo negro es recortado por el haz de vida que de su pelo nace y ondea. Haz de vida lleno de símbolos sostenidos por una humana balanza. A un lado la semilla: inicio, germen o final, interior después de haber perdido la corteza y la carnosidad del fruto; junto a la semilla un reloj de arena: hora de plantar y hora de recoger lo plantado y al otro extremo las figuras humanas cruzadas de Da Vinci, exactitud de las medidas, estética perfecta; muy cerca un antiguo cántaro. Esencias todas compensadas en el centro del haz de vida con el pájaro quieto y paciente de la noche y las alas de colores vivos de la mariposa, escape, fuga, levedad, símbolo de resurrección. Sin embargo, no es el resurgir lo que está más cerca de la mirada de la mujer desnuda y en equilibrio, sino un pez dorado. Es el pez la representación de la máxima y más antigua espiritualidad. Es el oro el primer metal descubierto por el hombre, el más buscado, provocador de toda alquimia, el “aurum” que procede de la “aurora”, de la alborada. Logra entonces, Mayra, un pez amaneciendo hacia donde mira la mujer desnuda. Amanecer de la sabia del Árbol de la vida, ser- árbol que se sostiene en obstinada soledad.
Soledad de la misma mujer desnuda que A la sombra de un ala adentra los dedos en su sexo, bordea, penetra, busca... Es la soledad ancestral, que no puede ser calmada por nada ni por nadie sino a través de este viaje interior. La mano no sujeta una flor en reposo ni es violencia externa. La mano va hacia adentro, en busca del alma que no vemos. Alma que estando oculta es presencia absoluta. Alma que nutre de la esperanza de un último rincón (lleno de la alegría de Henri Matisse, de todo su color que aquí se vuelve ironía), donde aparece la controvertida relación de tres: un padre, una madre, un hijo. Relación que está sobre la cabeza de la mujer desnuda como espada de Democles. Relación soñada, deseada o relación tradicional, conservadora, solo imagen externa..., y el nunca saber con el alma oculta, sustituida por la permanencia de un ala de tonos grises, frágil, pero capaz de sostener cualquier vuelo. Alma que en algún momento recuerda toda la suave “Melancolía” de Alberto Durero. Soledad. Extrañeza de dos aparentes planos en el tapiz, la zona gris y la negra inferior, la “alegría” de colores en la zona alta.
En otro tapiz, ofrece Mayra Alpízar una tercera opción: la Maternidad sobre la cuerda floja, con el pensamiento envuelto en nubes de colores que van del azul al gris y de ahí al blanco. El volumen es perfectamente logrado con las telas dispuestas en claro- oscuro para dar forma a la figura femenina. Habilidad del volumen sobre superficies tan planas. Otra vez la mujer desnuda, la maternidad latente, en peligroso equilibrio sobre las aguas de una ciudad con ventanas iluminadas y con ventanas oscuras, reflejadas por igual en el río del tapiz, en la corriente que nos lleva.
El vibrante monólogo alcanza su punto de máximo delirio en una instalación: La alfombra y el altar. Preludio de una agonía. El sexo femenino gigante, abierto, absolutamente acosado por cirios apagados, consumidos y por cirios que lucen un potente recién estreno de luz. Combinación de irrealidad y certeza: velas bordadas en el tapiz y velas de cera, ¿luces verdaderas y falsas? Velas que son precedidas –y que también sirve de apoyatura a estas- por una alfombra donde yace un corazón también gigante, pero no el simple corazón que dibujan los escolares en la página final de sus cuadernos, sino su imagen anatómica, la que aparece en los libros especializados. Un corazón sin vestiduras infantiles o ligeras. Vaso, copa, contentivo de todo, marcado por iniciales pasos que se adentran a lo largo del camino hacia el sexo hasta llegar a ser huella irremediable. Y nuevamente otra combinación de Mayra: modernidad/orígenes. Osadía y recogimiento doméstico, dado por el modo de coser la alfombra y el corazón, con tirillas, a la usanza de las abuelas. El rescate de lo tradicional en medio de un monólogo impresionantemente atrevido. Hilo sutil del pasado a presente.
II
¿Y a quién diré, ya ahora,
en este ahora tan deshabitado de ti
estas palabras tan solo a ti destinadas,
aunque ningún secreto revelen,
aunque de ningún enigma sean la cifra?
María Zambrano
Pero además de hablarse y hablar a solas, puede Mayra Alpízar contar historias. Dice que son historias comunes, lo escribe en una carta que acompaña al tapiz Tres meses de gracia sobre un cordel. En la carta blanca va una advertencia de Mayra -de su puño y letra-: “A ti, que me lees”... Atiende al sol cuando es radiante”. La historia, dice la artista, es una historia común, una historia de amor, y vuelve a los colores para contarnos de esos días, para decir que “... entre ellos hubo grises y negros que evidencian los contrastes y presagian el amanecer...”. Este tapiz es un inventario de encuentros y pérdidas. Cada noche y cada día al final son también equivalentes de la suma total de parches que la vida es. Deja Mayra por primera vez, establecido un período de tiempo más largo. Ya no son los instantes de equilibrio, fugaces y eternizados, sino un período completo, como si la historia fuese vista y vivida desde una casa grande con muchas ventanas, una “vista”, un “paisaje” por cada ventana. Cada rectángulo, cada período de tiempo establecido en este tapiz, es un espacio abierto hacia el interior, un canto a la visión que cita Mayra, tomando de la literatura, nuevamente, la persecución del ciervo dorado...
Y no es esta la única historia, la única persecución explícita en estos tapices. En El parche azul, la luna y las estrellas, la mujer de velo y definido rostro, novia atemporal, está de de pie sobre la luna e intenta tomarlo a él de la mano. Él no tiene rostro, sólo señales: pelo largo, bigotes, está en la cara oscura de la luna y la oscuridad le ha demudado el rostro. Él existe sobre un parche azul, el parche aquí como contenido de la obra. Él cubre un vacío, una rotura que la daña a ella, toda de blanco, lánguida y con una rosa en la mano. Al fondo de la mujer las estrellas brillan, detrás de él –ya se sabe- sólo hay oscuridad. Otra vez combinación: luz y sombra/ día y noche/ claridad y ambigüedad.
Otro tapiz, Composición en triángulo con paisaje de chirico, es un resumen de todas las historias que en el mundo son y han sido. Con la utilización de un fondo conocido, se apropia Mayra de la construcción y la atmósfera de Giorgio de Chirico.
Atrapa la metafísica de la dualidad implícita en el sentimiento de protección: yo a los otros..., los otros a mí...si no es así, yo muero..., parece decir la obra de Chirico, pero no está, se ha convertido en caja de Pandora de donde ha salido un hombre fuerte, muy alto que pone sus manos sobre los hombros frágiles y desnudos de una mujer que lo sostiene en brazos y amamanta; el hombre sigue en pie, inderrumbable, y a la vez está delante, abandonado al abrazo, con una esfera entre las manos. La esfera –ya se sabe- es la perfección. La verdadera sabiduría que según José Lezama Lima aparece “en la pelotilla del infante y en el globo ocular cansado del venerable de la tribu”. La “esfera aristotélica” que remata la maestría del discurso conceptual de este tapiz. Composición en triángulo con paisaje de Chirico es la imagen de la contradicción humana, el ser y no ser, el a ratos amar y a ratos dejarse amar. La protección y el desamparo. Lo constante y lo variable. La virilidad absoluta, la fuerza que protege. El desamparo que busca regazo y la presencia de la esfera. Perfección de lo contradictorio.
III
¿Pertenecerá a la vida, a todo ser
viviente, el decir, el estar diciendo
como se pueda?...
... ¿se sabría decir lo que sucede?
María Zambrano.
Nada nace aislado; todo pertenece a un conjunto. Cipango...Juana...Fernandina, Isabela y finalmente Cuba. Isla. La isla, como le llamamos de un lado u otro de la mar océano, como si estuviera única, como si el resto fueran grandes masas continentales o cualquier otra cosa. Y en la Isla, plenitud de símbolos. Cada frase, cada mirada cubana sobre el entorno, sobre la historia, sobre los hechos, está revestida por los símbolos. Simbología que establece códigos propios, a veces difíciles de descifrar para quien no sea por germen o por adopción hijo, brazo, camino, luz o sombra insular. Y de entre los símbolos, un árbol sagrado. La parte misteriosa y venerable de la Isla, expresada en el tapiz La dama de la ceiba, el entendimiento de lo cubano a partir de la revelación de lo imposible: una mujer joven, de mirada nostálgica, que pretende abrazar una ceiba. La mujer lleva el torso desnudo y una falda roja, los brazos intentan retener y las espinas del árbol están ahí... Otra vez la utilización del claro-oscuro para lograr el volumen del cuerpo femenino, otra vez conciencia de la condición de mujer, conciencia de la hondura de esa condición..., y los dedos enlazados en las raíces del árbol. El árbol es de pequeña estatura, es una ceiba hija, joven como la mano que la sostiene y protege. La mujer está sentada sobre un muro, detrás están el mar, la oscuridad y unos raros celajes: “dos patrias tengo yo: Cuba y la noche”. El árbol sinónimo de Isla, el árbol, representación del bosque, de la mezcla de hojas, flores, frutos y raíces de todo sentimiento, razón o emoción cubana. Árbol inviolable, sobre el cual nunca caen los rayos. Fuerza arrasadora: tronco recio y suave murmullo: de sus flores en algún momento antiguo se hacían almohadas. De sus flores podría venirle el reposo a la muchacha que ofrece el pecho desnudo a las espinas. Y Mayra Alpízar lo sabe.
En 1904, Pablo Ruiz Picasso regresa nuevamente a Paris, ese mismo año pinta a su acróbata/bailarina sobre un balón; ya es el Período Azul de su obra, ya está el maestro venerando todo un rango en ese color y unas atenuadas y sobrias formas humanas. La acróbata está en gracioso equilibrio, sonríe, y las otras figuras humanas le dan la espalda, se alejan, saben que es un juego, se despreocupan…Mayra, en Un parche para el maestro, se apropia de esta obra y aporta una aparentemente ligera variación de ángulo. Ahora en el tapiz la joven hace equilibrio sobre una palma real, nuevamente el árbol venerable, otra vez la Isla… Y ya el equilibrio no es tan gracioso, en este instante las espaldas vueltas, las que se alejan, son de un absoluto patetismo, ya no resalta el juego de la acróbata, sino la desolación en que la dejan sumida. Indiferencia hacia el paso de la joven que tanteando el borde del abismo conserva el rostro risueño de la de Picasso y puede que hasta silbe por lo bajo, pero la artista está consciente del peligro de su joven, por eso apresó la pintura del maestro para unir a lo ya establecido su parche de la incertidumbre. La palma está recién caída y le imprime al tapiz una fuerza que sobrecoge. Acostumbrados estamos a la verticalidad de este árbol, y ahora su peligrosa postura acostada asusta. ¿Y si la acróbata –tan joven- da un mal paso? ¿A dónde irá a caer? Con este tapiz, Mayra Alpízar nos hace testigo,, jueces, dioses y acróbatas de este tiempo insular, y hábilmente cubre más de ochenta años de historia con un “simple” parche; una sociedad superpuesta sobre otra.
IV
¿Será el cuerpo glorioso, él mismo una palabra,
la palabra perdida que al fin se enciende?
María Zambrano.
Una mujer con los ojos vendados se aparece en Contigo junto a los pájaros, y la venda en sí misma es una contradicción. No es tarea fácil saber qué hay detrás de unos ojos vendados. La ausencia de miradas está llena de significados. Pugnan por aparecer los ojos que están ocultos. ¿Es que la mujer no ve más allá? ¿No quiere ver? Acaso perdió la mirada en sabe dios qué regiones del mundo, en qué caminos del alma. Acaso prefiera la mirada oculta para que no asome a sus ojos cada latido, cada intensidad o desgano interno. Pero quizás no sea más que una especulación, posiblemente los hechos estén sucediendo como los percibimos epidérmicamente, tal vez la venda sea la confianza porque solo en la certeza se cierra los ojos al abrazar, es un acto instintivo.La mujer está desnuda y descalza, en ofrenda, en entrega, parada en lo alto de un árbol florecido, y abraza un traje de hombre, prenda de vestir no bordada, sino real. La presencia masculina es lo más real, lo verdaderamente palpable. Son impresionantes los diferentes significados que esta pieza de vestir provoca. El traje es recuerdo, memoria de quien ya se fue, o es el traje ideal, esperando por un utópico dueño. Y es también el traje de una persona específica, existente. Mayra Alpízar ha entrado en el juego. Sabe que estamos acostumbrados en su obra a un sujeto mujer en un primer plano emocional, que sueña, racionaliza, desea, o simplemente se deja estar y ahora invierte los términos; aquí el sujeto es el hombre, y la dama es, increíblemente, la más hermosa de las ensoñaciones.
El Adán y Eva de Alberto Durero fue la superación de una larga etapa muy vinculada a la idea del pecado original; a partir del maestro de Nuremberg comienza a aparecer otros cánones en lo que a exaltación del desnudo humano se refiere, sucede una apología de lo hermoso, una indiferencia a los prejuicios. Esto es retomado por Mayra en Puerta del Edén, una creación de total universalidad donde ocurre un concilio de parche, bordado y xilografía. El árbol es de Durero y la serpiente también; pero esta vez la manzana no queda sostenida en la mordida del reptil, sino en una mano de mujer protegida por un hombre que delicadamente la abraza. Ocurre una trasformación del mito. No hay acto prohibido ni desobediencia, sino la magia asociada a la paz de los cuerpos, la fascinación y la protección mutua. No hay pecado original, y sí belleza de los cuerpos unidos. El torso de la mujer está al desnudo, y de la parte inferior del tapiz van subiendo flores: la naturaleza que asciende, levita y hechiza al mundo. En la parte superior de la obra, en el dintel de la Puerta del Edén, el grabado sobre tela expresa la metamorfosis de la manzana como hecho cultural: la manzana pende del vuelo de una mariposa: es la resurrección de los orígenes, pero con una emanación nueva: la manzana ronda las nubes, la manzana encerrada en una jaula …, es decir, la manzana unida a todas las interpretaciones y destinos que ha tenido a lo largo de la historia de la humanidad.El cambio es aparentemente ligero; la manzana ha ocupado otro sitio, solo eso, y no obstante, el Jardín nunca más volverá a ser el mismo. La artista ha introducido en la selva agresora el delicado árbol del diálogo entre los sexo, la paz de la armonía en toda la desnudez del mundo.
Obra. ¨Contigo junto a los pajaros¨. 1998. Aplicaciones y bordado. 206 x 90, 5 cm.
Un hombre que se marcha ha dejado una huella que podría parecer insignificante: una corbata roja abandonada en la partida. En Caprichos con mosaicos de lujo, la corbata prende de los dedos de una mujer que tira de ella en desesperado intento por sujetar al que escapa. Otra vez la mujer desnuda, otra vez limpia y clara. Nuevamente la habilidad de la utilización del claro oscuro en las proporciones femeninas. Otra novia atemporal, y detrás de ella un mosaico de lujo, en delicado encaje negro, una apropiación de los Caprichos de Francisco de Goya. Es esta la imagen de la valentía y el atrevimiento. Una mujer desnuda y sola ignora todo rumor. Desnuda y diáfana cuando más cerca está la farsa.La estampa elegida de los Caprichos de Goya es la llamada Ya es hora: ha amanecido y huirán entonces la brujas, visiones y fantasmas, pero esto es una trampa, porque en la zona inferior del tapiz todavía es de noche, las casas tienen aún sobre sí el cielo oscuro entonces el Ya es hora encierra otro significado. Es el grito de combate de los bajos instintos, la fealdad y el rumor. La mujer tiene por única compañía a un gato que la observa. Parte de su fuerza viene del animal que es sagrado desde la cultura egipcia. La mujer sabe que tiene cerca, protegiéndola, siglos de entendimiento con la naturaleza, y legendariamente siete vidas más que le sirven de apoyo en medio del absurdo, y si esto aún fuera poco, en otro plano frente al gato aparece las torres de una catedral. Sabiduría, naturaleza y Dios que cuida a la mujer sola pero si aún no bastara todas esas armas-refugios, la mujer está en una ciudad que es la suya, las puertas que aparecen en el borde inferior del tapiz son las casas de una calle conocida, y eso exorciza cualquier demonio acechante. A la mujer puede reconocérsela, pero no se nombra.
Es una combinación asombrosa la que vibra en este tapiz: los rumores caprichos de Goya subavertores de la tranquilidad, la sacralizad hierática del gato, la corbata roja en fuga, tan real y palpable como el traje de hombre en Contigo junto a los pájaros, las puertas antiguas, recias fortalezas, las torres de la iglesia elevadas al cielo y la limpia desnudez de una mujer que sabe que siempre hay que elegir si mirar a los “Caprichos” o voltear la espalda, y que no ignora que elegir es siempre un acto mudo y solitario.
En Contigo junto a los pájaros, Puerta del Edén y Caprichos con mosaicos de lujo hay dos tiempos permanentes: el tiempo de la creación (que también implica el tiempo de la observación ) y el tiempo del desvanecimiento. Las figuras humanas, de un modo u otro, corren el riesgo de desaparecer de las más disímiles maneras. En Contigo junto a los pájaros la mujer desnuda, en lo más alto del árbol, va a emprender el vuelo hacia el infinito con el traje ideal entre los brazos, escapa de toda mirada. En Puerta del Edén, los amantes abrazados se unen a la naturaleza, son naturaleza misma confundidas las líneas de la desnudez con las flores y ramas del jardín. En Capricho con mosaicos de lujo la mujer desnuda está, momentáneamente, detenida. Ha descendido de otra dimensión mayor pero ya su pie derecho comienza a levantarse, se dispone a otro vuelo. Mujer en tránsito. Jardín que se acerca y que se aleja, aparece y desaparece. El desvanecimiento es lo que guía el diálogo entre estas tres obras, lo que despierta la liberación de las sensaciones y es, definitivamente, lo que marca el destino final de estos tapices desaparecidos, perdidos, extraviados en una reciente exposición.
Si te llevas mi alma es el título de la instalación en la que, después de la fuga, Mayra Alpízar agrupó estos tapices. Los moldes a la vista, los dibujos iniciales que luego cobraron aliento al ser cubiertos por las telas, hilos y magia. El llanto por el desvanecimiento bajo el signo de una canción tan cubana como la ceiba de la dama joven, como la palma real de la equilibrista. El alma de las mujeres desnudas, el encantamiento del Jardín viviendo el paso de lo visible a lo invisible. Las líneas iniciales, las vértebras sin vestiduras. Otra vuelta a los orígenes. Otra vez el comienzo de todo: Wang-Fo Yourcenar que se ha marchado, y en la huída, se llevo con él, lamentablemente, estos tapices perdidos. Otro viaje hacia la noche.
Laura Ruiz Montes.
Revista Arte Cubano
Estoy feliz de verte y saber mas de tu trabajo que me parece muy bueno. Le contare a Magda e Idania; no tengo correo de Regina, pero sabes de quien espero pronto noticias?, de Isela Garateix, que fue a vivir a la habana y comenzo a dar clases en san alejandro. Tambien les dire a Lourdes y Fernando, que vivimos cerca. Muchas felicidades por año nuevo y por tu obra que siempre he respetado. Te deseo lo mejor, a ti y toda tu familia, papás, mili, tony y especialmente a adrianita. Un beso, Candi
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